“Observé que la alquimia de la perspectiva reducía mi mundo, y toda mi otra vida, a una pizca de nada. Aprendí a mirar, a depositar mi confianza en manos de otro. Y aprendí a ir a la deriva. Aprendí lo que cualquier joven soñador necesita saber: ningún horizonte es tan lejano que no lo podamos alcanzar. Todas esas cosas las aprendí enseguida. Pero faltaban la mayoría, y no eran tan fáciles.”
Beryl Markham, Al oeste con la noche.
A veces sucumbimos como peleles ante una simple estrofa. Una mágica combinación de palabras nos pellizca. A veces son unas cuantas notas, entonadas por esa voz lo que nos hace despertar cada una de nuestras células. Otras veces es un olor que se abre paso entre tanto estímulo. Cerramos los ojos, echamos la cabeza hacia atrás y nos dejamos llevar a otro lugar. Algunos paisajes consiguen dejarnos clavados en el sitio.
Ese sutil instante de belleza que se escapa entre los dedos, nos paraliza.
Pero muy pocas veces ocurre que, además de todo eso, uno tira todas sus armas al suelo, entrega su estandarte y arrodillado, se quita la armadura abollada y polvorienta y se rinde ante la belleza.
Salí de la feria de arte orgullosa de mi adquisición. Con la que probablemente fuera la pieza más pequeña de toda la exposición y con esa bendita sensación de otra primera vez.
Rellené emocionada el certificado de adquisición para poder pasar el control de seguridad de la puerta de salida y la coloqué con mucho cuidado en el coche. Todo el trayecto fui pensando en ella… en su delicada belleza. Me envolvía, me hacía flotar en otra dimensión. Pensé en el momento mágico de descubrirla, entre tanto exceso, tanta exhibición y tanto ruido, ella se abrió paso y metió su dedo en mi garganta.
La congoja me paralizó.
Entré por la puerta de casa con mi recién adquirida pieza bajo el brazo, comprobé el buzón (no tenía que haberlo hecho, ese acto mundano dinamitó el hechizo) y me encontré con una carta del SEPE. Hostión.
Hay que estar muy mal de la cabeza o ser una loca de la belleza para comprarse una obra de arte cobrando del SEPE.
Hice una foto a la carta encima del paquete todavía sin desenvolver. Y entonces comprendí…
Esto es el arte, esto es la belleza.
Desenvolví mi pequeña y frágil amapola sabiendo exactamente cuál iba a ser su lugar. No está colgada, está dentro de su caja, con la tapa levantada, como recién abierta, para recordarme siempre ese momento especial del descubrimiento inicial.
Título: Beryl Markham
Autor: Jaime Sicilia
Número de serie 14/25.
22×30 cm
Fotografía realizada con tintas pigmentadas sobre papel 100% algodón. Marco de madera de nogal natural encerado y cristal museo.
Beryl Markham es la piloto que yo habría querido ser.
Entrenadora de caballos, exploradora y escritora. Volaba por el continente africano en territorios marcados en el mapa como INEXPLORADO. Repartía paquetes, rescataba mineros y cazadores heridos en zonas remotas.
Esta mujer audaz, independiente y de legendaria belleza fue el primer piloto que cruzó en solitario el Océano Atlántico, desde Inglaterra a Canadá. Vivió con el arrojo que a mí me gustaría tener en la vida. Miró a su alrededor con esa mirada salvajemente poética y escribió el libro que a mí me hubiera gustado escribir, con la fuerza, la magia y el misterio que me gustaría que saliera de mis dedos. Y entendió como nadie lo que significa despegarse del suelo y alzar el vuelo.
“Volamos pero no hemos conquistado el aire. La naturaleza señorea en toda su dignidad permitiéndonos el estudio y el uso de aquellas de sus fuerzas que alcanzamos a comprender. Y cuando en realidad solo nos han tolerado, se nos propina un reglazo en los nudillos y nos frotamos la herida, mirando al cielo, asustados por nuestra ignorancia”
A veces ocurre que uno no puede resistirse a la belleza.
Y tú… ¿tienes tiempo para la belleza?
Dedicado a Laura Riñón, que me recomendó leer a Beryl y a Jaime Sicilia, que me metió el dedo en la garganta. GRACIAS a los dos.
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