Siempre hay un faro

«Indudablemente el Faro del Fin del Mundo era de luz fija, y no había temor a que el capitán de un barco la pudiera confundir con otra cualquiera, pues no existía ningún otro faro por aquellos parajes»

Julio Verne, El Faro del Fin del Mundo.

Faro del Fin del Mundo, Ushuaia 54°52′18″S 68°05′00″O

Siempre busco los faros allá donde viajo.

Como una polilla irremediablemente atraída por su luz. Como una bailarina seducida por su coreografía secreta. Como un asceta en busca de soledad y belleza. Como un capitán de barco en busca de su salvación.

Cuánta magia esconden esos lugares que han servido de hogar y de guía en la tormenta. Cuántos naufragios han visto, cuántas tempestades, cuántas batallas se han librado a sus pies. Cómo reconforta su imponente presencia.

Los faros son lugares míticos, salvajes donde se funden la historia con la leyenda, la tierra con el mar, lo real con lo imaginario, la calma y la tempestad. Son lugares para abandonarse y soñar.

Torre de Hércules, Coruña 43º 23′ 09.56″ N 8º 24′ 22.21″ O

En Coruña me gustaba correr hasta La Torre de Hércules. El faro más antiguo del mundo en funcionamiento. Corría pegada al mar, subía las escaleras de acceso, lo rodeaba, volvía por el paseo y si no hacía mucho frío, me bañaba antes de subir al hotel. La leyenda cuenta que Hércules levantó la torre para conmemorar su victoria sobre un gigante y enterró allí sus tres cabezas. Quizá por eso volvía yo llena de fuerza. Hace mucho que no voy a Coruña y hace mucho que no puedo correr, qué nostalgia…

Faro del Cabo de la Nao, Jávea 38°43′48″N 0°14′06″E.

En Jávea, me gusta ir a cenar a un pequeño restaurante que hay junto al Faro del Cabo de la Nao. Me gusta estar colgada del acantilado sintiendo las olas batiendo abajo y el viento enredándome el pelo. Las luces de verbena de la terraza y los destellos del faro forman una constelación única y mágica que se enciende al anochecer. Desde que descubrí este lugar, vuelvo cada verano, no me puedo resistir.

Faro del Caballo, Cantabria 43°27′05″N 3°25′33″O

En Cantabria hay un pequeño faro escondido entre las rocas, el Faro del Caballo en Santoña. Solo lo he visto desde el mar y no puedo evitar imaginarme años y años de pescadores apuntando al faro, agotados de viento, frío y sal, deseando volver a su hogar. Me imagino el sufrimiento de los presos que lo construyeron, me imagino la pena del farero cuando tuvo que dejar ese lugar. Es un faro precioso que carga con mucha pena.

Faro de Cabo Polonio, Uruguay 34°24′19″S 53°46′40″O

En Cabo Polonio, Uruguay, hay otro faro. Guardián de un mar embravecido y de una tierra salvaje que me sirvió de compañero durante unos días de retiro. 12 segundos de oscuridad contaba por las noches, como canta Jorge Drexler.

Faro de Trafalgar, Cádiz 36°10′58″N 6°02′07″O

Faro de Trafalgar. Desde el mirador del faro, en las noches de verano, puedo ver delfines saltar en el mar plateado y pequeños marrajos que asoman sus lomos asustando a todo aquel que no ha jugado con ellos bajo el mar.

Puedo sentir los sueños rotos de muchos hombres al otro lado del estrecho.

Puedo escuchar la madera de los navíos españoles crujir en la batalla, oigo los cañones, huelo la pólvora, incluso veo las lágrimas del almirante Nelson caer al mar. Me imagino todas esas vidas, todos esos barcos hundidos todo eso está ahí abajo a los pies del faro.

Y me retiro caminando entre las dunas hasta la casa que suelo alquilar, abro las ventanas y me acuesto desnuda. Caigo hipnotizada por los rayos del faro que acarician mi piel, como si el faro fuera un centinela que vela mi sueño, toda la noche hasta el amanecer.

Cuento los segundos del ritmo de cada destello, para asegurarme de sigue siendo el mismo faro, que no se va a equivocar. Hasta que me doy cuenta de que los faros son una de las pocas cosas de la vida que nunca fallan, que nunca se equivocan.

Me acabo de comprar un Atlas de Faros pero no aparece ninguno de estos tesoros en él, así que esto no es más que un acto de justicia poética.

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