Una abuela, dos monos, servidora y una caravana

La Pera

Los sueños se cumplen, le digo a mis cachorros que no paran de saltar por las camas hiperexcitados abriendo todas las escotillas y compuertas.

Siempre quise alquilar una caravana, así que he buscado una bien grande que desde que vuelo largo radio todo me gusta a lo grande.

Nos lanzamos a la carretera con nuestro himno de comienzo de todos los viajes On the road again de Willie Nelson, con serias dificultades para que se abrochen el cinturón y permanezcan sentados, la caravana se ha convertido de repente en un parque de atracciones.

Tiene su inercia una caravana de 7 metros de largo y 3 de alto pero pienso toda chula:

-si llevo un avión de 300 toneladas podré llevar una caravana.

Madremanya

Llegando a Lérida, hacemos el primer repostado que me deja perpleja cuando al descolgar la manguera, el surtidor me habla en catalán. Refunfuñando cuelgo la manguera y sin recuperarme del aturdimiento leo GASOLINA 95 y me quiero morir en ese mismo momento. Acabo de echarle 70 litros de gasolina al depósito DIÉSEL .

No falla, el universo está siempre al quite y cuando te crees muy lista te pone en tu sitio rápidamente.

¡¡70 litros!! El empleado de la la gasolinera, un colombiano de unos cincuenta y pico, me ve la cara de pánico y me dice:

– yo te ayudo mujer, (lo de mujer es muy colombiano) mi turno acaba a las diez, ahora no puedo que estoy solo pero cuando entre mi compañera te ayudo.

Empiezo a pensar en cómo sacar 70 litros del depósito de la caravana.

Cortamos la manguera del agua que llevo en el maletero, los niños y yo pedimos bidones vacíos a todos los coches y camiones que van parando a repostar, se hace de noche.

Emocionados con la aventura de la gasolina, apuesto a que esto no se les olvida en toda su vida. «Te acuerdas cuando mamá se equivocó de gasolina con la caravana??? Jajajjajajajaa» y así por los siglos de los siglos. Amén.

Empujamos la caravana entre mi madre, Reinaldo el colombiano y los monos hasta detenerla junto al surtidor de aire y agua. Aspiramos con la manguera y no sale nada. A Reinaldo se le ocurre insuflar aire en el depósito, tapando con un papel la boca de llenado para hacer presión y que pueda salir el combustible. Menos mal que funciona. Me veía con la abuela y los monos sin parar de hacer preguntas durmiendo en el depósito de la grúa de Lérida.

Sacamos los 70 litros, mientras mis cachorros se turnan apretando el botón de aire, orgullosos de ayudar en la misión.

Se derrama un poco de gasolina que diluimos con agua y que la abuela se apresura a barrer con el mismo afán con el que mi abuela, su madre, barría la puerta de casa.

Así barreré yo algún día, pienso.

Una hora y media después empujamos de nuevo la caravana junto al surtidor y la llenamos de diésel. Arranco con los dedos cruzados esperando que explote la caravana pero no, ha funcionado y le doy una propina y un abrazo enorme a Reinaldo, nuestro salvador, que se lleva los bidones llenos de combustible en su coche.

Me da un ataque de risa, de la tensión, supongo, como cuando te pones a recordar anécdotas graciosas del muerto durante el velorio y así, muertas de la risa mi madre y yo, y los niños sin entender nada, llegamos a Casteldefels de madrugada.

Como sean así todos los días me espera una semana de traca.

Consigo encontrar un sitio junto a la playa para pasar la noche. Aparcar una caravana de 7 metros más un metro de porta bicis, no es tan fácil, en batería invade la calzada y en paralelo ocupas al menos tres sitios. Presiento que el aparcamiento me va a dar trabajito en el viaje, porque no me gustan los campings.

Menos mal que me ha pasado esto recién llegada de Los Ángeles que todavía estoy en ese huso horario, pienso, mientras sigo con los ojos abiertos a las tres de la mañana escuchando el mar y noto como comienza a brotar en el labio la madre de todos los herpes.

El primer día lo pasamos visitando a mi amigo del colegio que vive en Casteldefels.

Cuando ves a tus hijos jugando con los hijos de tu amigo de la juventud con el que te emborrachabas hasta ponerte borrosa se enciende algo desconocido por dentro.

Nos despedimos con la promesa de parar a la vuelta.

Arranca el tercer día, llenamos la caravana de provisiones y ponemos rumbo al Ampurdá, tengo ganas de piedra, verde y madera, nada más.

Monells

El navegador no sabe que tú llevas una caravana de dos metros y medio de ancho y te lleva por calles que llegado un punto tengo que echar marcha atrás porque no cabe. Es entonces cuando sale la gente del pueblo a mirar.

Creo que durante esa semana el trending topic de las redes sociales y los corrillos de las plazas no ha sido el independentismo catalán, ha sido una caravana de 7 metros con una abuela, dos monos y servidora atascándose en las calles de piedra del Ampurdá.

Conduzco muy concentrada, no quiero dejarme la parte superior de la caravana capuchina incrustada en un arco románico, lo que me faltaba. Y paro cada pocos kilómetros a repostar, siguiendo las recomendaciones de Reinaldo para que se diluya cuanto antes lo poco que pueda quedar de gasolina 95.

Madremanya nos recibe con campanas,

– Mami, ¿podemos dormir rectos hoy?

Me dicen los monos cuando busco aparcamiento para nuestra cuarta noche. Y me da la risa floja, una vez más.

Encontramos un pequeño aparcamiento a las afueras del pueblo en un sitio muy tranquilo, rodeado de verde y con vistas a la iglesia, pero algo inclinado. No me atrevo a calzar la caravana, a ver si la voy a liar.

Madremanya

Mi madre pasea con su iPad haciendo fotos a todo lo que se encuentra al paso, cuando digo todo, es TODO: carteles, árboles, paisajes, personas, TODO. Robamos higos de una higuera y la abuela enseña a los cachorros como comérselos.

El verano no es verano si no robas un higo o dos.

Podría venirme a una de estas casas de piedra, en uno de estos pueblos tranquilos a leer, escribir y robar higos un verano entero. Sin coche, sin internet, sin nada de todo lo que nos distrae de la naturaleza, donde la vida es de verdad.

Amanecemos cabeza abajo, los cachorros en la cama de arriba que han bautizado como El Rin (no digo más) y mi madre y yo en las literas. Me llega un mensaje de Reinaldo preguntando cómo estamos. Creo que se ha quedado prendado de esos ojos verdes, verdes como la albahaca, que gastan todas las Abellán menos yo.

Torrent

En Gualta alquilamos unas burricletas: bicicletas eléctricas con alforjas. Con un pequeño gps que te va guiando por los pueblos de la comarca. La abuela prefiere quedarse leyendo en la caravana mientras nosotros recorremos la comarca a todo lo que da el turbo de la burricleta. Pals, Monells, Torrent, todos precisos, ¡hasta hacemos unas vasijas de barro en Peratallada! La cadena de la bici se sale un par de veces y tenemos que llamar al servicio de asistencia que llega al cabo de un rato mientras esperamos a la sombra de un pinar.

La imagen de mis cachorros pedaleando libres y felices por los campos se me queda grabada en el disco duro.

La ducha caliente en el campo de golf de Gualda me devuelve a la vida pero el Montrodó que nos bebemos la abuela y yo junto con el creppe suzette (mi postre favorito) que me aprieto en La Riera, me devuelven la dignidad perdida en el hipismo de la caravana.

Siempre lo digo, soy una hippie de pacotilla.

La Riera

A la mañana siguiente, me enamoro perdidamente de San Martí Vell y de su historia. La italiana Elsa Peretti, diseñadora de joyas de Tiffanys, harta de la gran manzana y del encorsetamiento y conservadurismo de su Roma natal, fue a parar a este pueblo, cayó hechizada, como yo y se intaló en una casa en ruinas. Decía que nada le podía gustar más que dormir bajo las estrellas entre la vegetación que se come los muros de piedra. Compró varias casas y las restauró. Restauró también la iglesia y la plaza, el resultado es un pueblo de cuento, donde todo es armonía, paz, silencio, naturaleza. Pura belleza.

Con el herpes a punto de devorarme el labio, la espalda comida por los mosquitos y ya sólo un par de uñas de los pies pintadas, partimos hacia el santuario de Els Angels, donde se casaron Gala y Dalí, cantando todos Sweet Caroline con las ventanas abiertas.

También visitamos el castillo de Púbol que Dalí compró para Gala y que ella utilizó como retiro. Si quería ver a su amada, tenía que ser invitado por ella o solicitar una invitación formal por carta.

Castillo de Púbol

Yo también quiero un baño como ese, con grifos dorados en forma de animales fantásticos, un tocador de dos metros de largo, espejos por todos lados y una chimenea en la que poderme sentar.

Antes de regresar a Barcelona pasamos el día en Cala Sarrierra, por fin pueden usar los cachorros las tablas de surf, aunque sólo sea para flotar cerca de la orilla.

La abuela disfruta del viaje bailando sentada al son de las canciones de su época: Serrat y Jose Luis Perales son nuestra banda sonora y los kilómetros se pasan en una especie de viaje astral a mi infancia. Mientras, los cachorros juegan a las cartas.

Cala Sarriera

Mi hermana nos recibe con la mesa puesta. Eso y la ducha caliente después de una semana de caravana no tienen precio. Hacemos una entrada triunfal, los cachorros con medio cuerpo fuerza asomados por las escotillas, con los pies negros y el pelo enredado cantando desatados al son de Seven Nation Army.

Nos van a acabar encarcelando, pienso.

Pasamos las dos noches siguientes a pie de playa en Casteldefels, sin montar mucho jaleo porque estamos rodeados de casas y no es un parking autorizado de caravanas. Procuro abrir solamente las escotillas superiores y no las ventanas laterales, según marca la normativa de las caravanas pero esto parece el camarote de los hermanos Marx, no para de entrar y salir gente: mi hermana, mi cuñado, nuestros amigos, sus hijos.. y como no hay fiesta que se precie sin que venga la policía y esta no podía ser menos, durante el desayuno del último día de viaje aparecen los mossos de escuadra.

– señora (mal empezamos), lleva usted dos días aquí aparcada y no es un sitio autorizado para caravanas.

– si, disculpe, ya nos vamos, ¿no le importa que los niños se acaben las tostadas?

– tiene usted dos horas.

Recogemos y ponemos rumbo a casa escuchando Gracias a la vida, de Violeta Parra, que Leo me pide que ponga en bucle a todo lo que da la radio de la caravana.

Pues eso…

GRACIAS A LA VIDA… QUE ME HA DADO TANTO…

 

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