Hoy cruzo la cordillera de Los Andes por primera vez. Ya estoy soplando desde aquí para que esté depejado y se puedan ver.
Siento la emoción y todavía no he despegado, después de 24 años volando
OTRA PRIMERA VEZ. Bendito regalo.
376 toneladas de peso. 360 pasajeros. 14 tripulantes. 137 toneladas de combustible.
13 horas de vuelo.
-Iberia 6833 , pista 36 izquierda, salida Bardi 2 november… autorizado a despegar.
Hasta casi el final de la pista no despegamos las ruedas del suelo, hoy vamos muy pesados, es un 340 Max. No me acostumbro al milagro.
Gredos ya tiene nieve, el frío ha llegado.
Como si lo hubiéramos hecho bajo pedido hoy tenemos eclipse lunar, lo que llaman una súper luna que se deja ver unas cinco horas después de haber despegado. Otro regalo que nos tiene medio vuelo obnubilados.
Me gusta volar las noches de luna llena, puedo ver los topes de las tormentas y la noche en vela se hace mucho más llevadera.
Nunca había visto una luna tan brillante, tan serena.
Llegamos al Amazonas, parece hecho de barro. El gran río se retuerce entre las garras de la selva que, como una mantis, quiere devorarlo.
Ni una sola construcción, nada más que lenguas, cabellos, brazos y piernas de agua marrón adentrándose en la gruesa y verde moqueta.
No me canso de mirar por la ventana, cada vez que control amazónico nos llama, me saca del trance. Tengo los ojos llenos de naturaleza salvaje.
En algunos tramos los afluentes mueren en la selva, en otros el río se revuelve sobre sí mismo, se enrosca en un dibujo infinito.
¿Será mujer el Amazonas? Se contonea, da vida, nutre todo lo que le rodea.
La masa de nubes cubre definitivamente la inmensa selva y me quedo como un niño mirando por la ventana esperando que la magia vuelva.
Las cimas de Los Andes aparecen por fin, relucientes al amanecer. Al fondo se ven las cumbres nevadas.
¿Será hombre la gran cordillera? Desafía imponente, detiene las nubes a un lado, al otro la niebla.
El terreno que precede a la cordillera tiene todos los tonos de marrón posibles, rojizos, anaranjados, ocres… como si alguien hubiera derramado sobre las cumbres una de esas botellitas de arena de colores en las que una capa no se mezcla con la otra, cada color queda perfectamente delimitado y todos son de la misma gama, ninguno desentona. La naturaleza sabe muy bien lo que pega.
Antes de cruzar la cordillera preguntamos al control si el avión precedente ha tenido turbulencia. Nos dice que el cruce está tranquilo, como si fuera un dragón de siete cabezas dormido. Descendemos, más cerca de la montaña es menos probable que haya onda de montaña.
Nivel 290, veintinueve mil pies. No solo me impresiona la altura de la cordillera, lo que más me impresiona es lo ancha que es.
Atravesamos por el más bajo de los tres puntos de entrada al aeropuerto de Santiago de Chile, tardamos más de veinte minutos en cruzarla. Todavía tiene nieve el Aconcagua incluso ahora que es el verano austral.
Pocas cosas debe haber tan impresionantes que pueda ver un piloto desde el aire. Contengo la respiración, el tiempo se detiene.
Iberia 6833, viento calma, autorizado a aterrizar pista 17 derecha.
De vuelta a casa llego justo a tiempo para recoger a los cachorros del colegio.
Hoy les hablaré de una mujer fuerte y valiente que era un río y de un hombre fuerte y valiente que era una cordillera.
– ¡¡¡Mamiii!!!
Una semana sin halar con ellos, una semana sin verlos. Me abrazan y de repente se me quita el sueño.
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