Iberia 6409 heavy stand 536, Airbus 340/600 con información Mike, listo turbinas para México.
Han pasado unos 40 años desde mi primer vuelo a México. Puede que el primero fuera aquel en el que, embarcando al Jumbo, vi subir a los pilotos uniformados por la escalera de caracol hacia el piso superior. Esa imagen me impactó hasta el punto de determinar lo que sería de mayor.
Muchos más viajes vinieron después pero este es el primero que hago yo a ese destino a los mandos de un avión.
Espero el amanecer como se espera el encuentro con un amante. Pero el amante nunca llega, el vuelo entero transcurre de noche.
Sobrevolamos Cuba, Cancún se ve a lo lejos, a la izquierda. Hoy llevamos líquidos inflamables, oro, embutidos y dos perros en las bodegas ¡qué mezcla! Entre el cargamento de jamón que lleva mi madre que viene conmigo y el oro de la bodega, podríamos salir adelante en cualquier lugar del planeta.
¿Os he dicho alguna vez que para mí los lugares son las personas?
Mi tío Rafa vivía en Agustín Ahumada 327, Lomas Virreyes, DF. En una casa que a mí me parecía enorme, con una cocina de color lila , personal de servicio, jardín y un montón de cosas con las que en Aluche solo podíamos soñar. Tenían una casa en Valle de Bravo y una lancha con la que hacíamos esquí acuático.
Mi tía Amelia vivía en Polanco, frente al bosque de Chapultepec. En un piso cuyo ascensor daba a la puerta de acceso a la vivienda. También había varias personas de servicio, vestidos largos de lentejuelas, fiestas, fotos con políticos, artistas; cosas también desconocidas en mi barrio.
Cuenta la leyenda (todo lo que rodeaba a mi tía Amelia era leyenda) que huyendo de la miseria en la posguerra, se buscaba la vida vendiendo flores en la terminal internacional del aeropuerto de Barajas, la T1. Hasta que llegó un ministro mexicano y se la llevó puesta. Mi tía Amelia sabía las cuatro reglas pero tenía una belleza y una clase extremas. Así comenzó su particular conquista de la Nueva España.
Mi tío Rafa era un hombre apuesto, generoso y trabajador que cuando emigró, de la nada y con esa determinación que da el no querer pasar hambre nunca más, montó una empresa: Industrias Marbella, que llegó a tener 1000 empleados.
Todos mis primos eran mayores que yo, me quedaba embobada mirándolos, cualquier pequeño detalle de su vida me resultaba fascinante. Yo, que no tenía hermanos entonces, soñaba con una casa llena de vida, llena de gente.
Todo era tan diferente, la vida tenía otro olor, otro color y otro sabor, todo era de dimensiones desconocidas para mí. México era y todavía es, ABSOLUTAMENTE MÁGICO para mí.
Aquí me compró mi madre en Sambors mi primera cinta de casette: «The Police, the singles», de la que todavía no me he podido desprender y que escuchaba a todas horas en mi walkman azul clarito, como el prota de Guardianes de la Galaxia que tanto le gusta a mis hijos.
Aquí disparé una pistola, sí, (primera y única vez) menos mal que la bala se quedó incrustada en la chimenea. Aquí fue mi primer y único derribo por tequila. En México descubrí lo que era un rizador de pestañas y que las televisiones podían ser enormes, planas y tener decenas de canales. Mi paladar se acostumbró al picante, mis ojos chisporroteaban con tanto color y mis oídos vibraban al son de Juan Gabriel y Pedro Infante.
Mis primos mayores cargaban pacientemente conmigo, que les caía como un golpe de estado, como una revolución, mientras mi tía Amelia intentaba sin éxito introducirme en sus círculos de poder y buscarme un joven heredero millonario. Yo los rechazaba sin piedad, lo único que me interesaba era volar. Me invitaban a bodas y fiestas a las que yo acudía en plan sobrinita rebelde. No tuvo más remedio que darme por perdida.
Mi familia venía todo lo que podía a España, nosotros íbamos a menudo a México en una especie de puente aéreo de cariño imperecedero desde los tiempos de nuestros abuelos que forjaron la conexión. Dos hombres se ayudaron en la posguerra y desde aquello hasta ahora, el agradecimiento y el amor transoceánico ha trascendido cuatro generaciones.
Hoy, en mi primer vuelo a México a los mandos de un 340, mis primos me reciben con la casa llena de aviones de papel, la familia casi en pleno, con una tarta en forma de avión de Iberia, comida casera y un cariño que no cabe en estas letras.
Brindamos con un Reposado, vemos fotos, hablamos del presente, del pasado y dejo que el rímel corra libremente por las mejillas. Ya sabía yo que iba a llorar.
«Yo soy como el chile verde, llorona, picante pero sabrosa» Cantaba Chavela.
Mi infancia está conectada a estos colores, al chile, al olor de las tortillas de maíz recién hechas, a los mariachis ¡cómo me fascinaban esas botas, esos pantalones con tachuelas y esos cinturones!, al ángel del Paseo de la Reforma y a esos dioses, muchos, exóticos y de nombres impronunciables. El museo de antropología era para mí la puerta de entrada a una cultura ancestral, otra galaxia. Recuerdo las barcas llenas de flores de Xochimilco, esa alegría extrema, esa sobredosis de color. Recuerdo a mis tíos discutiendo sobre La Malinche y el papel de los españoles en la conquista, pero sobre todo les recuerdo cantando en las comidas… «México lindo y querido si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí…» mientras el rímel de mis tías y mis primas se precipitaba como un río cargado de carbonilla hacia el mar.
Otro día hablamos de lo que me gusta ir a Coyoacán, de lo bonito que es Taxco, de cómo bullen la vida y la historia en el Zócalo, hablaremos de la belleza de Valle de Bravo, de las casas señoriales de Polanco, de las pirámides del sol y de la luna, de los mercados, de lo que me emocionan la poesía de Elena Poniatowska, y el cine de Alfonso Cuarón, del coraje de Frida, de los murales de Diego, de lo que me gusta cantar rancheras a pleno pulmón y de lo que me fascina la figura de La Malinche.
Hay tanto de qué hablar… pero para mí, los lugares son las personas y México es y será siempre la familia Martínez Abellán.
Despego de la pista 05 derecha, la inmensa alfombra de luces se extiende a mis pies a modo de despedida y el Popocatepec nos dice adiós tosiendo mientras tarareo
«México lindo y querido si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí…»
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