Llévame a la Toscana.
Yo que me paso la vida llevando a la gente de un lado a otro, quiero que esta vez seas tú quien me lleve.
Ven a buscarme a casa en un descapotable, quiero que mi pelo ondee al viento como una bandera.
Cogeré mi cesta de mimbre y mi manta de picnic de Kenia. Unas copas de cristal y un mantel de lino blanco con sus servilletas. Llenemos la cesta de todo lo rico que nos encontremos al paso, vino tinto, bresaola, parmesano… y en el equipaje, unos pocos vestidos de verano que vuelen con el viento , sandalias, pendientes largos y pulseras que suenen cuando pedaleemos en bicicleta.
Paremos donde sean más bonitos los cipreses y más alta esté la hierba para que cuando hagamos el amor, no se nos vea.
Vayamos a la Arena de Verona, seguro que hay alguna ópera.
Prefiero que nos sentemos en las gradas de piedra, las óperas a veces se hacen largas y quiero apoyar mi cabeza en tus piernas, ronroneando, mientras suena Turandot o Aida y tú, con esas manos, me acaricias los hombros y la melena.
Alquilemos una casa de esas de color siena, con el suelo de barro y las paredes de piedra, que tienen las contraventanas verdes de lamas de madera.
Hazme el amor en cada cama desvencijada, en cada habitación de la casa. En todas ellas y también afuera.
Vayamos cada mañana al río, en bicicleta, bañémonos desnudos, sécame con tu camisa, péiname la melena.
Llévame a una verbena de verano. Una de un pueblo pequeño, enano, donde nadie nos conozca y bailemos descalzos. De esas que tienen una tira de bombillas colgando de árbol en árbol, donde toque una banda de vencidos en una guerra.
Bebamos vino con extraños, aprendamos a decir algunas frases en italiano, sácame de allí en brazos.
Volvamos a casa haciendo eses, embriagados de tanta vida, con los zapatos en la mano y una corona de flores en el pelo, cuando despunte el día.
Y sigamos así, de pueblo en pueblo vagando, como los zíngaros, de verbena en verbena danzando y haciendo el amor bajo el sol, en cada campo de lavanda junto a la carretera.
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