Acabamos de cruzar el Ecuador, todavía no se ve la Cruz del Sur. Me gusta esa constelación, es el cartel luminoso de bienvenida al otro hemisferio.
Todos duermen y los dos que quedamos despiertos firmamos un pacto nocturno de cuidado mutuo.
¿Estás bien?
¿Tienes sueño?
¿Qué tal la temperatura?
¿Un café?
Es una de esas noches apacibles en el Atlántico, en breve entraremos en el continente por Recife, tardaremos cuatro horas en cruzar Brasil y una más en aterrizar en Carrasco.
Deja que te hable del país con forma de corazón, donde se ven caballos salvajes trotando junto a los caminos, donde no hay apenas señales, apenas hay artificios ensuciando el paisaje de los campos.
Deja que te hable del acento uruguayo, ese acento que no puede ser más dulce y más pausado, que te abriga el alma, y te mece mientras lo escuchas.
Deja que te cuente que en cada esquina de la capital hay una librería o un tenderete con libros en el suelo y también hay un puerto donde me imagino los primeros pasos del tango entre marineros, buscando un poco de calor en un abrazo.
Deja que te cuente que tuvo un presidente que fue Tupamaro, que estuvo preso doce años, que le pegaron seis tiros, que fue torturado, que se fugó dos veces de la cárcel de Punta Carretas, que ahora es el hotel donde me hospedo, que pasó dos años en el fondo de un pozo y al salir, agradecido por lo que había vivido y sin rencor alguno, pensó que lo peor de aquel encierro fue
NO HABER LEÍDO
Deja que te hable de sus poetas, de Onetti, Benedetti, Galeano (de los tres, mi favorito ) que desde el exilio, como tantos otros, combatían la dictadura con balas de poesía.
Deja que te hable de la tremenda belleza agreste de La Pedrera, de la salvaje paz del Cabo, de los decadentes cafés de Montevideo, de los infinitos campos y del sabor algo áspero de la uva Tannat en el vino.
Uruguay es mar que me acuna las nostalgias, es un asado que aleja por un tiempo mis demonios, y es tango que me abraza las penas, las espanta.
Ya está aquí la Cruz del Sur, velaremos juntas la noche hasta que amanezca.
Quiero contarte que cada chacra del campo uruguayo tiene un nombre y cuenta una historia. Como la de mi amiga Mónica.
¿Me dejas que te hable de Mónica?
Argentina, un hijo, dos nietas, tres maridos, muchos países vividos y setenta y tantos años que parecen veinticinco a pesar de las arrugas y las canas, porque la edad se lleva en el brillo de los ojos, en la curiosidad del espíritu y en la vitalidad del alma.
Cuando voy a verla, directa desde el aeropuerto, me reciben todos sus perros que me saltan encima dejándome el uniforme visto para sentencia. Y me la encuentro metida en algun loco proyecto con sus no menos locas amigas.
Enseguida nos sentamos alrededor la antigua mesa de carnicero y con un té que prepara cortando unos hierbajos del campo, nos ponemos al dia: últimos libros leídos, últimas películas españolas y argentinas, los hijos, los nietos, el teatro, los amigos y lo que más tiempo nos lleva… los amores, el suyo y el mío.
Los treinta años que nos separan quedan fulminados al instante por el sentido de pertenencia, SOMOS DE LA MISMA TRIBU.
Quisiera hablarte de esas charlas de invierno junto a la chimenea de piedra, siempre viene algún amigo, abrimos un vino y preparo una tortilla con el aceite de oliva que le llevo de contrabando.
Deja que te cuente cómo es el verano, pescamos en el río que pasa por la chacra, nos bañamos en el tanque australiano, vamos a comprar al pueblo y pensamos en qué playa hará menos viento, ¿La Mansa o La Brava ?
Me gusta bañarme en este mar de plata que es a la vez río donde no se ve la otra orilla donde el viento y las olas golpean con fuerza como gritándote:
¡¡¡DESPERTÁ BOLUDA !!!
¿¿¿NO TE DAS CUENTA???
¡¡¡UN DÍA MÁS CON VIDA!!!
La casa de Mónica ha pasado de ser una tapera, refugio de las vacas, a ser refugio de amigas extravíadas. Centro de reunión de artistas, una de esas casas siempre abierta, siempre llena de amor y de vida. No se cuantos años puede tener, me gusta pensar que las dos se van agrietando al unísono.
No hay teléfono, ni wifi, ni microondas, ni aspirador, ni plancha, ni secadora, ni aire acondicionado, ni calefacción. Nada electrónico que altere la armonía de lo natural. La belleza del paso del tiempo se aprecia en cada esquina.
Deja que te cuente que siempre me cuesta irme, podría pasar semanas en ese lugar encantado. Podría tener una chacra, un avioncito rojo de ala alta y ruedas anchas aparcado en la puerta y enseñar desde el aire, a quien tenga tiempo para la belleza, esta tierra linda y tranquila.
Mientras tanto, escucho en bucle a Drexler, mágica banda sonora de la mitad de mi vida. Pura poesía que mitiga mi nostalgia uruguaya. Me acuerdo del faro del Cabo, de los campos, de ese viento, de ese mar salvaje, de los vinos y de las charlas.
Dice Galeano que la uva está hecha de vino y que quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.
La Cruz del Sur se apaga, por fin amanece… la noche ha sido larga.
Deja que te lleve a Uruguay .
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