Carta de amor a Nueva York

Hace poco, en una comida con mis compañeras de profesión, escuché que una de las veteranas estaba harta de ir a Nueva York. 

 ¿Cómo puede uno cansarse de la CIUDAD INFINITA ?

¿Qué es lo que hace a esta cuidad MÍTICA ?

 ¿Qué me provoca tanta FASCINACIÓN?

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Mi primer contacto con Nueva York fueron aquellos zapatos rojos y negros, unos Pep Toes de tacón, que mi madre se compró en el año 82 en una zapatería de la Quinta Avenida. Me fascinaban, me los ponía a todas horas para andar por casa.

Con esos zapatos y una falda de mucho vuelo bailaba TODAS las canciones de West Side Story  (que todavía me se) en mi salón. Imitaba cada gesto, cada paso de Rita Moreno deseando tener una pandilla de chicas con las que bailar en los descampados del Upper West Side.

Poco después llegó a nuestras pantallas la serie Fama, yo tenía 10 años, me preparaba para entrar en el conservatorio de danza y quería ser bailarina. Soñaba con estudiar en aquella  Escuela de Arte de Nueva York, quería bailar como Leroy y por supuesto, cantar como Cocó.

En la adolescencia, mi querido Doctor Yoel Fleishman de Doctor en Alaska, mítica serie de culto de los 90, me contagió su brutal nostalgia por Nueva York. Yo quería desayunar bagels en vez de leche con galletas María Fontaneda, quería correr por Central Park y celebrar el Yom Kipur que me parecía mucho más exótico que la Nochebuena.

Desde Aluche, aunque no sea Alaska, también se echa mucho de menos Nueva York.

Las películas de Woody Allen vinieron a rematarme. Esas historias, esas mujeres tan interesantes, esos interiores y esos portales, con toldo abovedado  hasta la acera, alfombra roja y portero con chistera. Nada que ver con el número 88 de la calle Camarena (que no estaba nada mal).

A esas alturas cómo no iba a estar rendida a sus pies, sin haberla visitado ni una sola vez.

Por eso, cada vez que escucho:

Iberia 6253, Kennedy Tower, wind 030 4 knots, runway 04L …. CLEAR TO LAND

EXPLOTO DE EMOCIÓN

Y según llego al hotel me echo a las calles, cojo el metro en la 42, con un poco de suerte hay alguna banda chula tocando en la estación. Me bajo en Prince St, directa a mi librería favorita, McNally & Jackson,  en el SoHo. Miles de libretas para escribir, miles de lápices y una muy buena sección en español.

En Kelly&Ping me tomo una sopa Tom Yum bien picante, cruzo el Village y subo por la W4th, que es mi calle favorita, repleta de cafés y preciosos apartamentos de ladrillo visto con escalera de incendios.

Me subo al High Line, camino entre los edificios de Chelsea  y me imagino que vivo en uno de esos Lofts del Meat Packing con techos de tres metros, enormes ventanales, cortinas blancas de lino arrastrando por el suelo y una librería de pared a pared.

En el edificio de Zaha Hadid también podría vivir, perfectamente.

Cojo de nuevo  el metro hasta Bryant Park, me encanta esta plaza, pista de patinaje en invierno y cine sobre el césped en verano, siempre arropada por los rascacielos.

Cuando hace mucho frío me refugio a leer en la sala de mapas de la biblioteca. Lámparas de cristal, azul inglés en las paredes, enormes mesas de caoba, solemnidad, silencio total, globos terráqueos y mapas de todas las épocas, EL PARAÍSO.

Muy cerquita está Tiffany’s y en la tercera planta, el lápiz mecánico más bonito del mundo, de color turquesa y como a mi me gustan, pequeñitos. De cuando en cuando subo a acariciarlo un ratito.

Para cenar, unas ostras en la barra de Balthazar, nunca hay mesa pero merece la pena esperar. Es como entrar en un teatro, camareros uniformados, espejos envejecidos, mesitas apretadas y cuero rojo en los sofás. Comedias y dramas de la vida servidos en tres actos.  Los vinos tampoco están nada mal.

De vuelta en el hotel, una ducha  caliente con Alicia Keys de fondo cantando Empire State of Mind.

«…now you´re in New York…

…big lights will inspire you…

…New york, New York….»

Caigo fundida y cierro los ojos pensando que siempre me queda algo pendiente de ese Nueva York mítico de mi subconciente…

-Cruzarme con marineros vestidos de blanco en su día de permiso, como en

Un día en Nueva York.

-Comprar juguetes a mis cachorros en la FAO Shwarz de Big, que ya no existe.

-Pillar infraganti a Basquiat o a Banksi  haciendo una pintada.

-Celebrar mi cumpleaños entrando a caballo en el Studio 54.

 Y correr la  maratón, con la cuidad entera volcada aplaudiendo, sonando Frank Sinatra.

IF I CAN MAKE IT THERE, I’LL MAKE IT ANYWHERE!  

Para mi amiga Cris, que cuando canta New York, New York en mi salón, me teletransporta, dejando a la mismísima Liza Minelly temblándole las canillas.

Gracias MARTÍN, no sólo por tus preciosas fotos, Nueva York contigo es otra dimensión.

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