Según releo Cien años de Soledad y escucho cumbias mañaneras, siento de nuevo Colombia en las venas.
Fue un proceso de años, como si un enamorado fuera sembrando y sembrando, gota a gota regando, aguardando el barbecho y por fin cosechando.
Así fue como Colombia entró en mi, se apoderó de cada uno de mis sentidos, poco a poco, hasta que me rendí, enamorada por completo del verde exagerado de sus campos, de la vida exultante de sus calles, del baile lento y apretado de los vallenatos y de ese acento que me parece el más dulce del universo.
En la cocina de mi casa en la niñez, había una enorme cafetera amarilla que resucitó a la vida cuando Nelly, una Au Pair colombiana, se vino a vivir con nosotras. La cafetera se ponía a funcionar por las mañanas y a la hora de irme a la cama, todavía resoplaba agotada en la encimera. A la vuelta del cole, la casa olía a café y sonaba a cumbia, a todo lo que daba el equipo Denon que mi madre trajo de Nueva York. Y así pasábamos las tardes las tres mujeres, hipnotizadas por el acordeón, cantando, bailando y buscando cada tres por dos las lentillas que Nelly perdía por el salón. Esta fue mi introducción.
Años después, mi primer trabajo me llevó a las calles de Cartagena y digo bien a las calles porque no podía resistirme a tanta vida, tanta música, tanta alegría, tanto color, tanto disfrute a pleno sol y en cuanto dormía mis doce horas de rigor (era muy joven, compréndanlo ) me echaba a las calles con mis zapatos de tacón, a perderme, a bailar por las esquinas, a comer frutas que en Aluche no existían, a los mercados y a las librerías. Y la vista claudicó ante semejante explosión de color.
Las noches las pasaba bailando sobre las mesas, en el Mister Babilla o frente al mar hasta que cerraban La Escollera, apretada a la cintura de Eliécer Ortega que pacientemente me enseñó a desencajar mis rígidas caderas de europea. Tengo que aclarar que en esa época, yo no probaba el alcohol, así que no hay que echarle la culpa al vino, eso fue posterior.
«Cómo naufragan mis miedos si navego en tu mirada
cómo alertas mis sentidos con tu voz enamorada
con tu sonrisa de niña como me mueves el alma
como me quitas el sueño como me robas la calma…»
La sal, la humedad y el sol penetraban por mis poros durante el día y lo sudaba bailando todas las noches hasta que se hacía de día. Entre mercados y bailes empadada en sudor, la magia de las letras del Gabo brotaba desde sus páginas poblándome hasta el humor. Me sentaba a leer en la acera frente a su casa y el guardia de seguridad siempre me decía lo mismo – española, no va a venir, no está. A mí me daba igual. Yo me bebía sus libros en el patio del Convento de Santa Clara, donde me brotaba el pelo como a Sierva María de Todos los Ángeles en DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS, en el Castillo de San Felipe, donde soñaba con navegar arriba y abajo el Río Magdalena, como Florentino Ariza en EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA o en cualquier café de la preciosa ciudad amurallada esperando recibir carta, como EL CORONEL… y esperaba… y esperaba…
» Como la luna que alumbra por la noche los caminos
como las hojas al viento
como el sol espanta al frío
como la tierra a la lluvia
como el mar espera el río
así espero tu regreso a LA TIERRA DEL OLVIDO…»
Todavía hay noches que bailo esta canción a oscuras, descalza en el salón , esperando regresar a aquellas noches de cumbia de mi linda Cartagena, que aunque el Gabo ya no esté y tenga veinte años más, me seguiré subiendo a bailar a las mesas.
A mi querida Pau, con la que compartí todas y cada una de esas noches de mágica perdición.
SIN TI NO HUBIERA SIDO LO MISMO, NENA.
Que bonito escribes, Lucía
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Muchas gracias Andoni! Un abrazo
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Hasta pican los mosquitos, y se sienten deslizar las gotas de sudor al resplandor de los farolillos de la calle… Cada viaje un poco más de lo mejor, destilado de esencia de esos lugares elegidos por las emociones. Qué precioso vivirlo ahora compartido, y que precioso contarlo como lo cuentas… Gracias, preciosa.
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Muchas gracias a ti, por escribir con esa generosidad hacia mi con la que siempre lo haces.
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