Tres días en El Cabo



DÍA UNO

Me cuesta encontrar la llave dentro del cráneo, lo primero que pienso -la llave no está… ¿ Y AHORA QUÉ HAGO? ¿DÓNDE VOY A DORMIR ? ¡ME HAN ENGAÑADO!

Como si fuera un juego de pistas de esos que hacía en el campamento de verano, la llave estaba bien escondida entre los recovecos de la cabeza del lobo -qué bonito, pienso… después de diez minutos de pánico agitando desesperada el esqueleto.

La cabaña es como me la imaginaba, como aparecía en las fotos. Más linda incluso. Toda de madera, pintada de colores pastel, con adornos colgando de las paredes hechos con esqueletos de animales irreconocibles para mí. Restos de bestias marinas extrañas que trae hasta la playa el TODOPODEROSO ATLÁNTICO.


Nada más llegar me entrego a la lectura compulsiva, el comandante jubilado que llevábamos en cabina había estado TOOOOOODA la noche charlando sin parar, debía pensar que nos íbamos a quedar dormidos, o que yo no iba a saber esquivar el Frente Intertropical o que no podía estar sentada sin vigilancia en el sitio del comandante (yo que no tenía muchas ganas de socializar). Así que he llegado con ganas de leérmelo todo.

Me acabo enseguida uno de los dos libros que traigo, empiezo a racionar la lectura, como la caja de bombones que me han dado. No puedo salir de la casa, menos mal que la sobrecargo me ha preparado un pack de supervivencia para CHICAS QUE SE VAN A UNA CABAÑA EN MEDIO DE LA NADA.  Hay una tormenta de espanto y muchísimo viento. En los sitios donde hay focas siempre hace frío y hay mucho viento y yo en sandalias y vestiditos con la espalda al aire. Google decía veintiséis gradoooooos!! No aprendo.


Por la tarde leo al sol, piernas en alto sentada en el porche frente al mar rugiendo y con unos vecinos muy entretenidos: una oveja, un gallo, chicharras, gallinas, un perro, un gato y lo que me parece un pato o una oca, no logro distinguir, que se han pasado toda la tarde en animada conversación. Ya estoy oyendo el gallo a las cinco de la mañana… Bueno, como no tengo luz, tendré que dormirme cuando anochezca.

El espejo junto a la cama se mueve despacio, todo el rato, por el viento que se cuela entre los listones de madera, me llegan chorrillos de aire de todas partes así que me temo que voy a pasar un frío del carajo, dormiré con toda la ropa que tengo y todas las mantas que hay en el armario. Me gusta cuando pesan las mantas, me siento reconfortada.


Espero que mañana pueda salir a dar un paseo y pueda comer algo que no sean galletas, frutos secos y bombones Ferrero Roché ( no sé cuántas calorías tiene cada bombón y NO QUIERO SABERLO, me los como por filas, de SEIS en SEIS así queda más ordenada la caja ) Menuda Hippie de Pacotilla con unos pendientes de diamantes colgando de las orejas, escribiendo en un IPad Air y subrayando los libros con un lápiz mecánico de celuloide de los años cuarenta. Así de FABULOSA soy, como dice mi amiga Sol Aguirre.

No creo que me atreva a lavarme en estas condiciones, con este frío no pienso desvestirme, y menos salir fuera a sacar el agua llena de bichos y hierbecitas del mini pozo, menos mal que he pedido a la jefa de escala de Montevideo que me dejen un sitio para ducharme antes de subir al avión de vuelta, tres días sin lavarme va a ser demasiado.


DÍA DOS

Nancy vive en El Cabo desde hace dieciséis años ININTERRUMPIDAMENTE recalcó.

Vive con su marido y sus dos hijos en el rancho de al lado, el de la oveja, los perros, los gatos, las gallinas, el gallo y los patos. Dice que no cambiaría esta forma de vida por nada del mundo.

Ayer, después de hincharme a leer y a escribir, vi luz en la casa de al lado, esa luz tenue y anaranjada que sale de las casas al anochecer cuando todo el mundo regresa de sus quehaceres y se enciende el fuego. Escuché voces de niños y me entró una nostalgia terrible de abrazar a los míos, de OLERLES , de hacerles cosquillas y decidí visitar a mis vecinos. Así es la vida en el campo en Uruguay, el individuo cobra importancia, hay tan pocos habitantes y tanto espacio vacío que una visita es un acontecimiento.

Nada más verme, Nancy, me disparó tres preguntas seguidas con los ojos bien abiertos, como una metralleta:

«¿NO TENÉS OTRA ROPA, OTROS ZAPATOS? ¡CON ESO NO PODÉS LLEGAR AL PUEBLO! YO TE PUEDO PRESTAR ALGO DE ROPA Y UNAS CHOLAS.»

«¿VINISTE SOLA ?

«¿NO TENÉS MIEDO?»


Siempre que vengo a Uruguay me pasa lo mismo, les llama la atención que vaya por ahí paseando con unas sandalias de tacón y un vestidito. Hace un par de años, mientras paseaba por el borde de un camino con un enorme cuchillo de cocina cortando flores, me paró un pick up.

– Disculpe señora, ¿ se le rompió el auto? ¿ la llevo a algún lado ?

– No gracias, estoy bien, solo estoy paseando.

– Ah bueno, como la vi con ESOS ZAPATOS, pensé que se le había roto el auto.

– no, no, muchas gracias, no tengo OTROS ZAPATOS , son los que traigo.


Tenían la chimenea encendida y me quedé a cenar. Me prepararon un pescado a la plancha y una ensalada de rúcula de su huerta que me supo a gloria bendita. Nancy comenzó a contarme historias de cosas extrañas que han visto en la playa, luces, ovnis y cosas así mientras uno des sus gatos, el más grande, se subía a mi regazo. -Me hace bastante más caso que Félix, mi gato, pensé. También me dijo que a veces roban en las cabañas a los recién llegados. No sé si lo dijo para que durmiera en su casa ( ella también alquila habitaciones ) pero me dio un poco de miedo, no por los ovnis ( siempre me ha apetecido ir al espacio) pero si por si entran a robar conmigo dentro. Coloqué ese palo enorme que hay en la cabaña y que no se para qué es atrancando la puerta, como he visto hacer en las películas aunque, cualquiera de las puertas o ventanas se abre con un soplido, me extraña que no haya salido volando la casa con el viento que hace, como las de Los Tres Cerditos .

Metí todas mis cosas de valor en la bolsita de tela de mi maletín de vuelo, el iPad, el móvil, la cartera, la licencia, el pasaporte, mi boli, mi lápiz mecánico y las llaves del coche de alquiler y he dormido con todo eso dentro de la cama, entre las piernas, mejor dicho. Los pendientes de diamantes no me los quito ni para dormir.

No sé muy bien por qué hago esto, para qué lo hago. Hay respuestas muy obvias: porque me encanta estar junto al mar, me gusta la vida «salvaje», me gusta prescindir de algunas comodidades y lujos aunque solo sea durante un par de días, me hace sentirme muy viva. Necesito esta conexión con la naturaleza, vivir en una casa de madera, andar descalza, sentir el viento, el mar, poder ver las estrellas, necesito un poco de SOLEDAD.

Y más allá de lo evidente, lo hago para demostrarme a mí misma que puedo vencer mis miedos.


Estoy convencida que en otra vida fui una india, una jefa india. Montaba a caballo y disparaba con arco, me bañaba en el río, secaba al viento mi larga y negra cabellera y mi pueblo vivía en paz con sus vecinos, sin guerras. Teníamos un consejo de sabios, al que sometíamos los conflictos y un chamán que curaba a los enfermos. Tenía dos hijos, de piel oscura y ojos negros, muy guapos y muy valientes que crecían salvajes y libres en perfecta armonía con la naturaleza. Mi compañero era de otra tribu, también era jefe, de piel más oscura que yo, no siempre estábamos juntos, venía a verme con frecuencia o yo aparecía por su tienda, nos gustaba salir a cazar juntos, bañarnos en la cascada y por la noche charlábamos durante horas junto al fuego. Montábamos a caballo a pelo y yo le ganaba siempre que echábamos una carrera, él no se enfadaba nunca. Todo muy idílico.

Cada vez que me voy a un sitio salvaje me reconecto con aquella que fui y de la que algo queda.


He dormido genial, muchas horas, a pesar de que me han despertado los gallos de madrugada. Dejé dos velitas pequeñas encendidas a ambos lados de la cama y la linterna debajo de la almohada. No he visto amanecer, que me apetecía, mañana si lo veré. Tengo que parar al camión que sale a las seis de la mañana, me han explicado que le haga bien clara la señal de alto cruzando los brazos encima de la cabeza, muchas veces pasan de largo, saludan y no paran. No puedo perder ese camión o no llegaré a tiempo al vuelo.

Las nubes bajas cubren El Cabo esta mañana, desde aquí no se ven las casas. Anoche solo se veía la luz del faro y unas minúsculas lucecitas naranjas salpicadas entre las casas, el cielo se quedó despejado después de la tormenta, se veía La Cruz del Sur. Siempre me alegra verla, significa que estoy lo suficientemente lejos y en el otro hemisferio, al menos.

Iré a comer al pueblo, dando un paseo, ya solo me queda un treinta y ocho por ciento de batería, no voy a poder escribir mucho más, tendré que encontrar un sitio con luz.


Anoche hubo partido de fútbol, Uruguay contra Perú. Nancy y su marido lo escuchaban en una radio que pusieron en la terraza. Me hablaron de los jugadores uruguayos en el Atleti, no conozco a ninguno, claro. Es lo que me sorprende del fútbol, puedes estar en el fin del mundo que encontrarás a alguien que te hable de fútbol, como si fuera el pegamento universal que conecta a los humanos.

Eso de que los gallos solo cantan al amanecer es un mito, mis vecinos, por lo menos, cantan todo el día, es uno de los sonidos del Cabo. Otro es el del camión que atraviesa la playa cada hora, el viento que no ceja, el Todopoderoso Atlántico que ruge sin parar.

Seis por ciento… voy a tener que salir de mi aislamiento. Me he traído tres libertas para escribir, papel no me va faltar, pero escribo mucho más rápido y con mejor letra aquí.

Debo oler a cabritilla pero me parece que los habitantes de por aquí huelen bastante parecido y con este viento no se va a notar.


Lo que me da más miedo es el tramo de casa de Nancy a aquí. Salir de allí de noche y atravesar el trocito de campo que separa las dos casas en completa oscuridad me da bastante miedo, a pesar de llevar linterna. Miro las estrellas… ¡hay tantas! Se ve hasta la Vía Láctea. Estuve cargando el móvil y el iPad, hoy no ceno, me queda poco efectivo y tengo que guardarlo para los peajes de la autopista.

Me fue difícil conseguir electricidad en el pueblo, tuve que tomarme unos CREPES DE DULCE DE LECHE que tampoco quiero saber las calorías que tienen, para poder enchufar un rato el iPad. Me supieron a gloria, las Hippies de Pacotilla también tenemos nuestras debilidades, como todas.

¡Han puesto wifi en la plaza del pueblo! El cartelito que lo anuncia le sienta como un tiro. He visto muchas posadas, muchos lugares donde comer e incluso una enfermería y todo en el centro del pueblo, ha cambiado mucho El Cabo desde la última vez que vine. Se me rompe algo por dentro cuando veo la civilización arrasar los pocos lugares que quedan auténticos.

Se me cierran los ojos… me pasa como en Denia, el mar me da mucho sueño.

Seguiré escribiendo en el avión, si me deja el comandante jubilado, que no se yo.


DÍA TRES

Hasta que no he visto pasar el camión por la playa entrando en El Cabo a las seis menos cinco de la mañana, no he suspirado de alivio. Me he vestido frente a la ventana sin dejar de mirar, me he comido la manzana sin dejar de mirar, he terminado la mochila sin dejar de mirar. Hasta que por fin ha aparecido, QUÉ ALIVIO. He caminado hasta la orilla en plena oscuridad atravesando los matorrales solo con la luz de las estrellas y he esperado en mitad de la orilla hasta que han aparecido los focos en la oscuridad. De los matorrales han salido dos sombras hacia la orilla, una mamá y su niño, Ulises, de siete años que va e estudiar al Liceo Castillo.

En el camión hay cuatro adolescentes que también van a Castillo. Los locales se sientan dentro cansados del viento del Cabo y la Hippie de Pacotilla se sienta junto al borde para absorber los últimos instantes de vida salvaje. Veo amanecer a mis espaldas, me despido de las dunas, de la Cruz del Sur y de MI CABAÑA.

Podría quedarme un mes aquí, UNA VIDA, con mis cachorros embarrados corriendo en pelotas por el campo, como cuando éramos indios. Pero tengo que volver, me espera mi nave espacial para volver a casa.

2 comentarios sobre “Tres días en El Cabo

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  1. Es verdaderamente así, y una irrefrenable necesidad de escribirlo, no de contarlo. Es tan crudo, tan vital y tan exquisito que arrastra a devorarlo, a sabiendas que queda infinito para compartir. Pura Lucía, todo lo que eres está entrelazado con las frases y el viento del océano, hasta la última gota de esencia derramada para saborear. Qué festival!

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